Localización desconocida.

Raymond y la muchacha se encontraban en una habitación muy amplia y lujosa, un dormitorio. Lo más característico de la estancia era una cúpula cristalina en el techo que mostraba el cielo, despejado. Raymond se encontraba en un cómodo sillón a pocos pies de la cama en la que yacía la rebelde mujer del bar, a la que había quitado el arma. En la habitación reinaba un ambiente relajante. Raymond no apartaba la mirada de ella, con aquellos intensos ojos carmesíes.

La mente de Perséfone pareció comenzó a volver a la realidad paulatinamente. Sentia la boca seca, y las extremidades pesadas como el plomo. Al principio estaba desorientada y no recordaba lo que había ocurrido, pero los recuerdos inundaron su mente instantáneamente, provocando que se incorporase de golpe (lo cual creo una intensa sensación d evertigo y mareo en su cabeza) mientras buscaba en su cadera el arma, que no estaba. Intento calmarse un poco y mantener la cabeza fría. Parecía tener la ropa igual a como la tenia antes d eperder la consciencia.
Alzó la cabeza buscando al que seguro que era el culpable de esto, y cuando dió con él, sentado comodamente en el sillón.
Se levantó de la cama como alma que lleva el diablo y en una fracción de segundo estaba plantada frente a él. "Maldita sea!!" Pensó enfurecida "¡¡Sabia que no tendría que haberme sentado a su lado!!" Alzó el puño y lo dirigió velozmente hacía la cara del hombre que no le quitaba los ojos de encima.

Raymond contempló impertérrito cómo la mujer se avalanzaba sobre él y justo antes de que cargase con su puño en su cara hizo unos rápidos movimientos con sus brazos mientras se levantaba y desviaba la trayectoria del golpe, y realizando un kata con una fluidez y rapidez insospechada lanzó a la mujer sobre la cama, para que no se hiciese daño. Se quedó allí, de pie, mirándola. -¿Qué crees que conseguiras intentando pegarme?

Perséfone no pude hacer nada para volver a quedar unevamente en la cama. Le sacaba de quicio como la había manejado como si tuviera el mismo peso que una simple pluma sin el minimo esfuerzo, a pesar de que la ayudó un poco a comprander porque decía ser su jefe, a pesar de que no llegaba a creerselo del todo.
Miró arriba, a la bobeda, agradecida de ver el cielo. Empezaba a sentir aquella familiar sensación de agobio, aunque se debía más a la situación que al espacio, que era suficientemente grande, pero la vista tan clara del cielo ayudaba a calmar sus calustrofóbicos nervios.
-¡Al menos desquitarme!-Ladré sin cortarme ni un pelo mirandole con odio. - ¿¡Donde esta mi arma!?
Exclamé enardecida. Tenia deseos de hacer arder todo a su alrededor, por la verguenza d ehaberse dejado coger tan fáiclmente.
-¿Para que me has traido aqui?-Repitió en el mismo tono, intentando eprimir un torrente de insultos y blasmidades dirigidas al hombre que tenia delante.

Se levantó del sillón para sentarse en un lado de la cama, cerca de ella, mirándola con un brillo especial en sus iris, recorrió rápidamente su cuerpo con las pupilas, antes de contestarle. -Te he traido aqui para que te conviertas en mi concubina. Más de una mataría por compartir lecho con alguien como yo. ¿No es fantástico? Dijo, a propósito, haciéndose el vanidoso. La verdad es que Raymond era un hombre realmente atractivo, con un cuerpo musculoso, un rostro hermoso y una sensual voz. -Claro que no te voy a obligar a hacer nada que no quieras, exceptuando el secuestro... Sabes, podrías amarme infinitamente si tan sólo abrieses ese inexpugnable corazón que late en tu pecho contestó, sus palabras flotaban en el aire, como una melosa estrofa. Chasqueó los dedos de la mano derecha y la cúpula cristalina del techo se abrió, dando entrada a una agradable bocanada de aire fresco.

En cuanto se sentó en la cama Perséfone se incorporó rápidamente y se echó hacia detras separandose de él.
Te he traido aqui para que te conviertas en mi concubina. Más de una mataría por compartir lecho con alguien como yo. ¿No es fantástico?
-Supongo que la droga que le pusiste a esas mujeres era más fuerte que la que has elegido para mi.
Ladró la mujer furiosamente asqueada ante la sola idea de mantener ningun tipo de relación con aquel hombre. Aquel cuerpo, aquellos ojos profundos y aquella voz no surtian ningun efecto en ella, y no iba apermitir que aqeul hombre la tartase como a una zorra más que pudiera hacerselo y olvidarse de ella.
-Claro que no te voy a obligar a hacer nada que no quieras, exceptuando el secuestro... Sabes, podrías amarme infinitamente si tan sólo abrieses ese inexpugnable corazón que late en tu pecho
Alzó la vista hacía la cupula con unos irrefrenables deseos de salir de allí. Deseaba salir de allí, más que otra cosa. Pero sabía que no sería tan fáicl, así que bajó la vista de nuevo hacía el hombre y sonrió con amargura.
-¿De que sirve un amor no correspondido? Ademas, ¿me estas llamando estrecha?
Terminó la farse en un firo ton amenazante, sintiendose herida.

Raymond se levantó de la cama y caminó hacia una pared, rozó con la llema de su dedo índice la superficie del muro, dibujando delicadamente unos breves símbolos. El contorno de una puerta se dibujó en la parez, y deslizándose hacia un lado, introduciéndose dentro del muro, mostró una salida, que conducía hacia un pasillo. -Aquí está la salida, sin tanta aversión tienes hacia mí, simplemente márchate. Dijo, seriamente. La luz que se colaba por el pasillo hacia brillar de soslayo sus ojos carmesíes, quizá, un brillo apenado.

Le observé recelosa mientras él se acercava a la pared en cuestion y dibujaba unos simbolos que dejaban ver la puerta. Salté instintivamente de la cama y me acerqué a él con paso firme. Le agarré por la ropa y le miré seriamente.
-No pienso irme de aqui sin mis armas.-Dije, reclamando lo que él anteiorrmente me había arrebatado. La presión en el agarré de su ropa se aflojó y desvié la vista a su cuello un tanto pensativa.. ahora que lo pensava.. yo no sabia donde estaba, podía perderme por las calles... ¿y si me quedaba allí....?

Raymond se acercó todavía más hacia la mujer, violaba su espacio vital con su presencia y penetraba sus pupilas con la mirada. Ahora, su cercanía, lejos de repeler a Perséfone parecía empezar a crear cierto magnetismo. -Entonces no te las devolveré para que te quedes. dijo, con una sonrisa, de broma y no tan broma a la vez. -¿Sigues queriendo agredirme o me puedo relajar? preguntó, con una media sonrisa, ladeando la cabeza.

Al sentir com Raymond se caercó peligrosamente a mi alé la vista, fijando la mirada en sus escarlatas pupilas. No sé porque no me molesté en volver a agarrle la ropa con la misma fuerza.
-Te podras relajar cuando me devuelvas mi armamento.Respondí en un tono indiferente sin apartarme un solo milimetro de donde estaba. Quería recuerar mi arma y no iba a permitir que me la arrebatase, prefería quedarme allí hasta que me la devolviera a arriesgarme a salir a un lugar que desconocia en aquellos instantes sin arma alguna con la que defenderme.

Raymond alzó su dedo índice, colocándolo sobre sus labios, en gesto silenciador. Se acercó un paso más, tomándo la mejilla de la mujer y parte se su cuello con la mano, mientras que con la otra la tomaba de la cintura, atrayéndola hacia sí. Ladeó la cabeza al tiempo que descencía ligeramente, proyectando sus labios entreabiertos contra los de ella, deteniéndolos durante una milésima de segundo al rozarlos, para después hacerlos suyos, fundirlos en un único amasijo de pasión. Conforme saboreaba sus dulces labios Raymond coló su lengua y decidió enseñar a Perséfone qué era un beso francés, una de las técnicas milenarias de seducción que aprendió en aquella academia.

Le miré, poniendome nerviosa en cuanto posó su dedo sobre mis labios. No pude evitar pensar que tenía un taxcto realmente suave. No entendía como una persona que parecía ser tan egoncentrica podía tener unas manos así de suaves. Antes de que pudiera entender lo que estaba hacíendo Raymond ya estaba sobre mi, besando mis labios, y gemí sorprendida, intentando apartarle en un primer momento, llevando mis manos a su pecho y empujandolo, pero era más fuerta que yo, y apenas conseguía separarlo un minimo ápice de mi.
Decidí rendimer, dejar que me besara hasta que se cansase, y después ajustarle las cuentas, pero una vez cerré los ojos, no supe que pasó, simplemente correspondí el beso, rodeando su cuello entre mis brazos. No podía resisitirme. Era un hombre realmente atractivo, y el calor de sus brazos, su aroma.. parecía que todo me atraía ha él sin poder hacer nada por remediarlo en aquel instante, a pesar de que antes no había podido reparar en aquellos pequeños detalles en los que reparaba, ahora que sus labios se apretaban contra los mios en aquel apasionado y ardiente beso.

Raymond se separó unos centímetros de ella, mirándola fijamente, anclando sus pupilas sobre sus pupilas. Sus manos rodearon el cuello de la mujer. Sus dedos comenzaron a moverse circularmente, ejerciendo una presión agradable. Sintió los músculos de Perséfone algo tensos. -Voy a demostrarte como mi compañía te hace olvidar todos tus problemas. Las manos de Raymond no tardaron en transmitir a la mujer un placer que la hizo relajarse todavía más, era un masaje lento, para no causar fricción. A la vez que la deleitaba con aquel masaje, acercó su boca nuevamente al rostro de Perséfone, cuando su nariz rozaba ligeramente la de ella, cambió de dirección, fue rozando su mejilla hasta llegar a su oreja, abrió ligeramente la boca y sin dejar de masajear su cuello, comenzó a dar suaves mordiscos en los bordes, a la vez que hacía uso de su hábil lengua. Aquella técnica solía tener efectos insospechados en algunas mujeres, todo era cuestión de experimentar.

Abrí los ojos lentamente, fijando mi mirada en los suyos, escarlatas.. de un orjo tan intenso como la sangre misma que corría por mis venas. Sangre que en aquel momento ardía mientras cruzaba por mis venas al alocado ritmo que mi corazón la bombeaba. Al sentir sus dedos masajeando lentamente mi cuello me estremecí, poniendo los musculos tensos sin quererlo.
-Voy a demostrarte como mi compañía te hace olvidar todos tus problemas.
No pude evitarlo, mis mejillas ardieron en un intenso color rojo, y mi respiración se agitó ligeramente, con algo de nerviosismo. Al ver como se aproximaba nuevamente a mi émpecé a cerrar los ojos, esperando el beso, hasta que sentí sus labios sobre mi mejilla, acercandose peligrosamente a mi oreja, la vual comenzó a mordisquear, aumentando así las pequeñas descargas de sutil placer que descendían por mi columna vertebral. Me aferré a su ropa cerrando las manos en puños mientras gemía ligeramente.

Raymond separó ligeramente su rostro del de Perséfone para darle unos fugaces besos, como si temiese absorverla, mientras desabrochaba la camisa de la mujer con suma sutileza. Perséfone notaba el ardiente tacto de las manos de Raymond. En apenas unos instates la camisa se deslizó suavemente por su piel, mostrando un prominente busto, que relucía con el brillo lujurioso de una piel sedienta de besos. Raymond dirigió una mirada de relámpago a sus pechos para volver a mirarla a los ojos seguidamente, entonces volvió a besarla, apenas detuvióse en su boca unos segundos para continuar trazando un invisible camino hacia sus pechos con sus labios, la piel se sentía tan caliente que parecía que en cualquier momento iba a derretirse en su boca, cuan preciado bocado carnal.

Raymond subió lentamente su mano tras el costado de la mujer, acariciando de soslayo uno de sus pechos, mientras dirigía ambas manos a su espalda, buscando el broche del sostén, el cual no tuvo resistencia alguna en aquellas manos de prestidigitador. Lo retiró y arrojó con cuidado al suelo, y por fin contempló aquel busto en todo su esplendor. Descendió su cabeza hasta uno de sus pezones, rígido por la excitación, y comenzó a lamerlo y chuparlo de mil maneras, jugando con él como un trilero con su dado, y mientras continuaba con la tarea elevó la mirada para contemplar el rostro de Perséfone.

fdr: siento la tardanza esque he estado liada con los examenes y el finde y eso T_T

Mi mente estaba más centrada en sus labios que en sus manos, y no me percaté de lo que estaba haciendo hasta que la camisa se deslizaba por mi piel, precipitandose delicadamente hacía el suelo. Aquella rápida mirada a mis pechos no se me escapó, y aumentó el sonrojo en mis mejillas. Cerré los ojos a pesar de lo escaso que había resultado el beso. Mi corazón palpitaba demasiado rápido, y escuchaba el martilleo de la sangre en los oidos con fuerza.

Sus manos acariciando mi cuerpo crearon un intenso escalofrío que recorrió mi espalda de arriva a abajo varias veces que me hacía estremecer. Cuando me quitó de repente el sujetador me quedé paralizada, sin saber que hacer mientras el comenzaba a lamer mi pecho. Cuando mis ojos se encontraron con los suyos reaccioné y le aparté rápidamente empujandole por los hombros. Le dí la espada y agarrá mi camisa del suelo, cubriendome con ella.

-p-pero que haces?!-Exclamé alejandome un par de pasos de él, sonrojada hasta las orejas y cubriendome el pecho desnudo como podía. Aquel hombre iba demasiado rápido!
Sentí sus brazos rodeando mi cintura por detras, pegando su pecho a mi espalda.
-¿que pas..
-v-vas muy rápido!-Exclamé sonrojada, cortando sus palabras, sin saber como explicarle que yo nunca había mantenido relaciones con ningun hombre.

Raymond se separó de ella con suavidad, y la miró con infinita ternura. -Es cierto, perdóname. Tápate y ponte cómoda en la cama, iré a por una cosa. Le dio un fugaz beso en los labios y tras dedicarle una cálida sonrisa se acercó hasta la pared, en la que se había hecho una apertura que simulaba la forma de una puerta, y Raymond había desaparecido por un pasillo, cuando la pared volvió a cerrarse.

Miré donde antes se encontraba la puerta por la que se había marchado y me puse de nuevo la camisea rápidamente, trabandome con los botones, poniendolos en los agujeros equivocados varias veces, hasta que conseguí colocarlo correctamente en su sitio. Miré la cama sonrojada y caminé lentamente hacía ella, sentandome al borde del colchon en el que ya antes había estado, aunque fuera inconsciente.
"¿Pero que estoy haciendo?" Pensé mientras me miraba los pies todavia sonrojada. Al final estaba juto dondeél queríoa que estuviese, y no entendía como lo había conseguido. Pero al fin y al cabo allí estaba, en su cama, unos instantes antes medio desnuda y a su merced. Escuché el riudo de la puerta nuevamente y alcé la mirada, aun con el sonrojo en las mejillas.